Una nueva tendencia ha explotado en TikTok y otras redes sociales: se trata del brainrot —literalmente, «cerebro podrido»—, un fenómeno que mezcla lo absurdo, lo hipnótico y las creaciones de inteligencia artificial. Si en los últimos días has visto en tu feed a un cocodrilo mitad animal, mitad bombardero hablando en italiano, o a un tiburón corriendo como un velocista olímpico, ya has sido testigo de esta nueva corriente.
Estos videos, coloridos, caóticos y de estética intencionalmente descuidada, van mucho más allá de una simple broma. Son producciones impulsadas por herramientas de IA que combinan generación de imágenes, síntesis de voz y edición automatizada, todo diseñado para crear una sobrecarga sensorial que mantiene enganchados a millones de adolescentes… y empieza a preocupar a los expertos.
En plataformas como TikTok, Instagram y YouTube Shorts, un universo paralelo crece sin parar. Allí habitan personajes como Bombardiro Cocodrilo —un reptil con cuerpo de avión militar que lanza bombas desde el cielo—, Saturno Saturnita —una vaca con apariencia planetaria— o Tralalero Tralalá —un tiburón antropomorfo que corre al ritmo de una voz distorsionada en italiano—. También destaca Tung Tung Sahur, un bate humanoide que carga otro bate en la mano. Son los protagonistas del brainrot, un fenómeno viral que combina cultura meme, inteligencia artificial y una estética deliberadamente absurda para capturar la atención en cuestión de segundos.
Aunque su apariencia sea la de una pesadilla surrealista, detrás del brainrot hay una lógica calculada: aprovechar las capacidades de la IA generativa para crear contenidos masivos, visualmente impactantes y emocionalmente estimulantes, en una estrategia diseñada para saturar los sentidos y conquistar los algoritmos.
La mayoría de estos videos se crean parcial o totalmente con inteligencia artificial. Herramientas como Midjourney o DALL·E generan imágenes deformadas, aplicaciones de clonación de voz producen las locuciones, y editores automáticos ensamblan todo en formato vertical, listo para TikTok o Reels. Aunque muchos apenas duran 15 segundos, son suficientes para alcanzar millones de visualizaciones.
En este universo, la lógica no importa, pero sí existe una estructura: personajes extravagantes, conflictos entre clanes imaginarios e incluso árboles genealógicos delirantes que vinculan tiburones, vacas espaciales y strippers hechos de huevo frito. Una suerte de fan fiction colectiva alimentada por la creatividad adolescente y el poder de la IA.
Pero el brainrot no es solo entretenimiento: también es negocio. Según destaca un reportaje de elDiario.es, los creadores se organizan en servidores de Discord, donde comparten plantillas, audios, prompts y efectos visuales. Algunos producen contenido en masa para monetizar visualizaciones; otros lanzan NFTs, venden merchandising o aprovechan su viralidad para abrir nuevas fuentes de ingresos.
El éxito de estos videos se explica, en parte, porque plataformas como Instagram y TikTok los favorecen: cuanto más extraño el contenido, más reacciones genera. Y a mayor interacción, mayor alcance. Una fórmula perfecta para explotar la economía de la atención que domina el entorno digital actual.
Sin embargo, el auge del brainrot ha encendido las alarmas entre los expertos en salud mental, quienes advierten sobre sus posibles efectos en niños y adolescentes. La preocupación no radica solo en el contenido, sino en la forma: el ritmo frenético, la falta de narrativa coherente y el estímulo constante pueden afectar la capacidad de concentración, inducir fatiga mental y fomentar la adicción al scroll infinito.
La Sociedad Española de Neurología (SEN) ha alertado sobre el impacto del consumo excesivo de videos cortos en el desarrollo cerebral de los más jóvenes. Según sus informes, este tipo de contenidos puede deteriorar la memoria, la atención, la toma de decisiones y la creatividad, además de alterar aspectos fundamentales como el afecto, el control de impulsos, el lenguaje y la capacidad de aprendizaje.
También crece el debate sobre la desensibilización que provocan estos contenidos, al normalizar la fealdad extrema, la violencia simbólica o el absurdo sin contexto. Mientras muchos adolescentes interpretan el brainrot como simple sátira digital, los adultos a menudo no saben cómo abordarlo… ni cómo ponerle freno.
Leave a comment