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El escándalo Becciu agita el Vaticano en plena antesala del cónclave

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El caso del cardenal italiano Angelo Becciu, como se temía, ha comenzado a enturbiar el ambiente previo al cónclave. En 2020, el papa Francisco lo despojó de sus derechos como cardenal —incluido el de votar en la elección de un nuevo pontífice— tras acusaciones de fraude financiero. Posteriormente, un tribunal vaticano lo condenó a cinco años y medio de prisión. Sin embargo, Becciu insiste en participar en el cónclave y se ha presentado en las congregaciones generales, pese a que el proceso judicial aún no ha concluido y él ha apelado la sentencia.

El argumento del purpurado sardo es que no existe ningún documento oficial que le prohíba participar, lo cual, técnicamente, es cierto. El Vaticano solo emitió en su momento un comunicado de prensa sin valor canónico. La situación, sin embargo, se ha tornado digna de una trama de intrigas vaticanas.

Según ha revelado la prensa italiana, las tensiones afloraron desde el lunes, día siguiente a la muerte del Papa, cuando Becciu apareció en las primeras reuniones de cardenales. El punto de inflexión llegó el jueves, cuando se supo que Francisco sí habría dejado constancia —de palabra y por escrito— de su decisión de excluirlo del cónclave. De hecho, han aparecido dos documentos firmados con la inicial «F», uno de 2023 y otro de marzo de este año, probablemente redactado durante su convalecencia en el hospital.

La revelación agudiza uno de los reproches recurrentes contra el Papa: su tendencia a tomar decisiones impulsivas, sin el debido rigor canónico. “El Papa hizo una chapuza”, resume el historiador Alberto Melloni, experto en cónclaves, en declaraciones a El País.

Inicialmente, el decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re, decidió permitir la entrada de Becciu al no tener constancia escrita de su exclusión. Además, el propio cardenal aseguraba que no había “voluntad explícita” de marginarlo y que, incluso, el Papa le había asegurado en enero: “Creo que he encontrado la solución”. Pero nunca llegó a conocer cuál era.

Todo cambió cuando el camarlengo, Kevin Farrell, la otra figura con autoridad durante la sede vacante, comunicó a Re que el Papa, poco antes de morir, le pidió verbalmente que impidiera a Becciu participar. Aun así, el purpurado siguió asistiendo, hasta que el secretario de Estado, Pietro Parolin, presentó los dos documentos escritos por Francisco. Una intervención con especial carga simbólica, dado que Parolin y Becciu fueron estrechos colaboradores. Becciu, incluso, fue considerado “papable” antes de su caída.

El episodio tiene ribetes de tragicomedia. Según fuentes presentes en la sesión del jueves, Re comenzó a criticar abiertamente a Becciu creyendo que no estaba en la sala, hasta que el cardenal aludido levantó la mano y se hizo notar entre los 113 cardenales presentes.

El caso recuerda la época en la que Becciu era uno de los hombres más poderosos del Vaticano. Como sustituto de la Secretaría de Estado, gestionaba fondos reservados, uno de los cuales sirvió para adquirir un edificio de lujo en Londres en una operación plagada de irregularidades. La inversión causó un agujero de 139 millones de euros. También hubo planes frustrados de invertir en una planta petrolera en Angola y escándalos relacionados con el uso de dinero del Vaticano para fines personales, como el rescate de una monja secuestrada en Mali, cuyos fondos terminaron en manos de una mujer cercana a Becciu, que se hacía pasar por espía. “Los millones en el Vaticano volaban como cromos de Panini”, resumió un perito durante el juicio.

Cuando el Papa se enteró, lo citó en su despacho, lo reprendió y lo destituyó de inmediato, en una decisión que, según observadores, careció de la templanza y el procedimiento propios de la curia. Y es esa falta de claridad la que ha derivado en el actual embrollo.

Por ahora, no está claro si Becciu podrá participar en el cónclave. Consultado por El País, ha evitado hacer declaraciones. La sala de prensa del Vaticano ha respondido que el cardenal, como los otros 232 convocados, tiene derecho a asistir a las congregaciones generales. Pero su presencia en la votación final dependerá de una eventual decisión del cuerpo cardenalicio. La incógnita aún no está resuelta. Como él mismo dijo a Reuters: “Serán mis hermanos cardenales los que decidan”.

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Jhon Soto

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