Durante la solemne ceremonia de despedida del Papa Francisco, una escena conmovió a todos los presentes. Entre cardenales y obispos, una figura inesperada se acercó al féretro del Pontífice: era Sor Geneviève Jeanningros, una religiosa francesa de 81 años, sobrina de Léonie Duquet —una de las monjas desaparecidas durante la última dictadura argentina a manos de Alfredo Astiz—.
“Permaneció inmóvil durante largos minutos, con la mirada triste fija en el cuerpo del Papa, sin que nadie se atreviera a interrumpirla”, relata el periodista Hernán Reyes Alcaide en Infobae. Reyes, quien cubrió los diez años de pontificado de Francisco, fue testigo directo de aquel momento cargado de simbolismo y emoción.
Sor Geneviève no figuraba entre los nombres autorizados a acercarse al ataúd, reservado solo para altos cargos de la Iglesia, según la agencia EFE. Pero desafiando el protocolo, avanzó con paso firme, su mochila verde colgada al hombro. Se detuvo a un lado del féretro, se inclinó en oración y se quedó allí en silencio, con lágrimas deslizándose por su rostro. Nadie osó detenerla. El gesto era tan genuino como profundo.
Miembro de las Hermanitas de Jesús, Sor Geneviève ha dedicado más de medio siglo a servir a los marginados de Roma, especialmente a las mujeres trans y a los feriantes del barrio de Ostia. Junto a la también religiosa Anna Amelia Giacchetto, vivía en una caravana en esa misma zona, compartiendo techo y vida con aquellos a quienes acompañaba.
Según Reyes Alcaide, fue un puente clave entre el Papa y diversas comunidades olvidadas por la sociedad. Facilitó encuentros entre Francisco y líderes de derechos humanos, así como con mujeres trans que vivían en las periferias romanas. El Papa no solo las recibió en el Vaticano, sino que también compartió con ellas el pan y les brindó apoyo económico.
Desde el inicio de su vocación, Sor Geneviève llevó a personas trans a audiencias papales, convirtiéndose en una figura querida y respetada por quienes no encontraban cabida dentro de los márgenes sociales. El Papa, en una muestra de cariño, solía llamarla “L’enfant terrible”, un apodo que aludía a su espíritu indomable y su compromiso con los más olvidados.
La relación entre ambos fue profunda y sincera. Francisco encontró en Sor Geneviève una aliada en su empeño por acercarse a los excluidos. Ella fue quien le mostró la dura realidad de los feriantes y de las trabajadoras sexuales trans en los márgenes de Roma. En varias ocasiones, llevó al Vaticano a quienes vivían en condiciones extremas. “Incluso una de ellas fue asesinada poco después de conocer al Papa. Se habían tomado una foto juntos, se la llevé y él rezó por ella”, contó la monja a medios vaticanos.
Durante la pandemia, cuando muchas de estas personas quedaron sin trabajo, Sor Geneviève fue un nexo vital. Junto al párroco de Torvaianica, Andrea Conocchia, solicitó ayuda al cardenal Konrad Krajewski, limosnero del Vaticano, para asistir a las comunidades más golpeadas por la crisis. Su labor no se detuvo ante nada.
Gracias a su incansable esfuerzo, en julio de 2024 logró algo inédito: que el Papa Francisco visitara el parque de atracciones de Ostia para reunirse con los feriantes. Un gesto histórico que dejó una huella imborrable entre quienes lo vivieron.
Su presencia junto al féretro del Papa no fue una simple despedida, sino una afirmación de todo aquello que representaron juntos: la fe como motor de lucha, la compasión como guía, y la dignidad como bandera. En medio de un acto cargado de rigidez ceremonial, su tributo espontáneo habló de cercanía, de amistad y de un amor sin protocolos.
Sor Geneviève se despidió de su amigo, de su cómplice en la misión de abrazar a los excluidos. Y lo hizo como vivió: fiel a su vocación, con una mochila a cuestas y el corazón abierto de par en par.
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