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Murió el papa Francisco a los 88 años: el mundo despide a una figura clave del siglo XXI

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El papa Francisco falleció este lunes a los 88 años, según confirmó el Vaticano a través de un comunicado difundido por su canal oficial en Telegram. El deceso se produjo a las 7:35 (05:35 GMT), apenas un día después de su última aparición pública durante la misa de Pascua en la Plaza de San Pedro.

“Queridísimos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar la muerte de nuestro Santo Padre Francisco”, anunció el cardenal Kevin Farrell al leer el comunicado oficial. “El obispo de Roma regresó hoy a la casa del Padre. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de Su Iglesia”.

El pontífice, que en marzo había recibido el alta médica tras una internación de 38 días por una grave neumonía, había atravesado episodios críticos de salud en el último año. Aun en convalecencia, el domingo se asomó al balcón de la Basílica de San Pedro y pronunció la bendición “Urbi et Orbi”, en lo que se convirtió en su mensaje final al mundo. Desde allí, llamó a la “libertad de pensamiento y a la tolerancia”, y deseó a los fieles un “feliz domingo de Pascua”.

Miles de personas se habían congregado para verlo, conmovidas por la reaparición de un líder espiritual visiblemente debilitado, pero firme en su mensaje.

Jorge Mario Bergoglio, nacido en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, pasará a la historia como uno de los líderes más influyentes del siglo XXI. Hijo de inmigrantes piamonteses, fue el mayor de cinco hermanos. Su padre trabajaba en el ferrocarril; su madre, ama de casa. La figura de su abuela Rosa marcó profundamente su vocación religiosa.

Ingresó al seminario jesuita a los 21 años y fue ordenado sacerdote en 1969. Fue provincial de la Compañía de Jesús en Argentina y luego rector del Colegio Máximo de San Miguel. En 1992, tras un período de aislamiento en Córdoba, fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires por el papa Juan Pablo II. En 1998 asumió como arzobispo, tras la muerte del cardenal Antonio Quarracino.

Su elección como Papa en 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, marcó el inicio de un pontificado reformista. En sus primeros meses, Francisco comenzó una transformación profunda del Vaticano: impulsó la transparencia financiera, creó un consejo de cardenales para democratizar las decisiones de la Iglesia y denunció los lobbies que operaban en la Santa Sede.

Designó al cardenal australiano George Pell como responsable de las finanzas vaticanas. La posterior denuncia por abuso contra Pell —luego desestimada— fue interpretada por muchos como una represalia de sectores internos contrarios a las reformas.

A lo largo de su pontificado, Francisco mantuvo una convivencia armónica con Benedicto XVI y enfrentó con determinación intentos de manipulación o desinformación dentro y fuera de la Iglesia. Su liderazgo, más allá de los gestos simbólicos, se sostuvo en decisiones concretas para abrir la institución a una mayor inclusión y modernización.

Sus últimos mensajes, en un contexto global polarizado, apelaban al diálogo, a evitar las discusiones estériles y a practicar la misericordia con acciones antes que con palabras. Fue un defensor constante de los más vulnerables, y sus palabras resonaban tanto en las favelas de Río como en los foros internacionales.

En Argentina, su figura fue objeto de interpretaciones diversas. Muchos lamentan que nunca haya visitado el país durante su pontificado. Algunos atribuyen esa decisión a su deseo de evitar politizaciones y gestos de vanidad. Aun así, su influencia espiritual permanece como un legado que desafía a la dirigencia argentina a una reflexión profunda.

Francisco deja como herederos a muchos discípulos, entre ellos el padre José María “Pepe” Di Paola, figura emblemática del trabajo social en las villas. En una ocasión, el Papa dijo sobre él: “Es un sacerdote capaz de movilizar corazones, simplemente porque es auténtico”.

Hoy, tras su partida, queda en manos de los argentinos “traer” espiritualmente a su Papa. Más allá del viaje físico que nunca ocurrió, el legado de Jorge Bergoglio interpela a una nación y al mundo entero: vivir con humildad, practicar la misericordia y construir una Iglesia —y una sociedad— más justa e inclusiva.

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Jhon Soto

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